Una parte de la izquierda internacional, incómoda por la supervivencia de un sistema socioeconómico cubano original, que desafía a muchos prejuicios establecidos, ha elegido una fácil equidistancia que encubre un abandono progresivo de su antigua solidaridad con la Revolución cubana y latinoamericana, si es que alguna vez la tuvo sinceramente. Destacan recientemente el artículo del destacado intelectual Heinz Dieterich Severa derrota de la Revolución Cubana (1), artículo donde es palpable su desconexión del compromiso político con el pueblo de Cuba y sus dirigentes revolucionarios. Dieterich, intelectual que se ha ganado una buena fama acompañando los procesos revolucionarios latinoamericanos, especialmente Cuba y Venezuela, pretende demostrar que la Revolución cubana está sufriendo una derrota histórica, por la liberación de los presos contrarrevolucionarios enviados a España, y por la mediación de la Iglesia católica cubana. Pero los análisis de Dieterich no responden a evidencias objetivas, sino a una equidistancia cada vez mayor respecto los procesos revolucionarios latinoamericanos, presentados como derrotas irreversibles. Esta equidistancia, tan típica de muchos intelectuales de izquierdas que no quieren “contaminarse” con los momentos de dificultades o de retrocesos de las luchas populares y revolucionarias, conduce a situarse por encima del bien y del mal, y a adoptar una posición de “verdad absoluta” que menosprecia la capacidad de los pueblos y sus dirigentes.
Dieterich, profeta de las derrotas
En 1993, un periodista norteamericano de renombre, Andrés Oppenheimer, publicó un libro sobre Cuba. Su título era La hora final de Castro, y en él la economía y la sociedad de Cuba eran descritas en los mismos términos apocalípticos, mugrientos y denigrantes que aparecen en muchos análisis de la izquierda equidistante. Lo más destacable del libro era que se preveía el derrumbe estrepitoso de la Revolución cubana para el año siguiente, 1994, como si el autor quisiera rendir homenaje al famoso y rabiosamente anticomunista Orwell con su novela 1984. Gracias a este deslumbrante trabajo de “investigación”, el autor obtuvo el prestigioso Premio Pulitzer de periodismo ese mismo año. Más de quince años han pasado desde entonces y el famoso “investigador” Oppenheimer, sin una pizca de vergüenza, sigue escribiendo en varios periódicos (entre ellos El País) como si nada hubiera sucedido, y está considerado todavía como un gran “experto” de la realidad cubana, puesto que el imperialismo sabe premiar bien a sus fieles servidores. Pero a pesar de las siniestras previsiones del periodista y de los fervientes deseos de los diferentes presidentes norteamericanos y europeos, la Revolución cubana, con sus altibajos y sus innegables problemas y deficiencias, sigue mostrando su solidez y su voluntad de perfeccionarse y avanzar hacia el futuro.
En el año 2007, otro famoso investigador profetizaba nada más y nada menos, tras la derrota de la reforma constitucional promovida por el gobierno de Hugo Chávez, la caída estrepitosa de los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Cuba entre los años 2008 y 2010:
«Es posible que los gobiernos de Hugo Chávez y de Evo Morales no sobrevivan los embates de la reacción en el año 2008 y que el modelo cubano se agote en el 2009-2010, si no se toman medidas realistas de inmediato» (2).
Como los lectores más agudos habrán podido adivinar, el autor en cuestión es Heinz Dieterich. Ha pasado los años 2008, 2009 y la mitad del 2010 (todavía hay “esperanzas” de que estas profecías se vean cumplidas) y, al igual que a Oppenheimer, podemos recordarle a Dieterich aquello de que “los muertos que vos matásteis gozan de muy buena salud”.
¿Derrota o fortaleza?
Hay bastantes indicios para considerar que la liberación de los presos se ha realizado sin atender a presiones externas: una de ellas es que la liberación de los presos ha descolocado a la oposición interna, tanto a la abiertamente pro-imperialista, como a la oposición neoliberal-gorbachoviana: uno de sus líderes, Roberto Cobas, no ha perdido la ocasión de arremeter nuevamente contra el gobierno cubano y a defender a los contrarrevolucionarios en un artículo cargado de ira, rencor e insultos contra todo aquel que discrepa de su pensamiento único (3). Además de la desesperación de los “perestroicos” criollos, hay otros factores mucho más importantes que refuerzan la evidencia de que la Revolución no ha cedido a presiones: el hecho de que los presos en a España no han sido recibidos como “presos políticos”, sino como inmigrantes extranjeros, y han sido destinados a refugios comunitarios de personas sin recursos económicos, levantando las protestas de la mayoría de ellos, que esperaban recibir en España el premio por la traición a su patria y poder vivir como privilegiados. Finalmente, la decisión del gobierno de Cuba desarma el frente único de la Unión Europea y su Posición común contra Cuba, así como le resta argumentos a los que dentro de Estados Unidos defienden la continuidad del bloqueo y las medidas agresivas contra Cuba. La Revolución, en cambio, no ha hecho ni una sola concesión de principios y se ha desembarazado de decenas de elementos completamente degradados e irrecuperables para la sociedad cubana.
Dieterich, en su artículo dedicado al tema, se suma al coro de los que presentan a la Revolución cubana con un futuro muy sombrío. Según el intelectual, la liberación de los presos significa una «severa derrota táctica» que invalida a la Revolución para «mantener la iniciativa estratégica». Para Dieterich, «la pérdida de poder de la Revolución se manifiesta en el hecho de que, por primera vez en medio siglo, ha cedido a las presiones del Exterior. La pérdida de la iniciativa estratégica se nota, entre otras, en el hecho, de que no fue el Partido Comunista de Cuba que liberó en plena autonomía a los presos, sino que lo hizo bajo la presión externa y de la Iglesia Católica.» (4)
Estas previsiones no responden a un hecho objetivo, sino que son consecuencia de la equidistancia de Dieterich respecto a la Revolución cubana y de los procesos latinoamericanos como el de Venezuela: Dieterich oculta en sus análisis que no es la primera vez que el gobierno de Cuba libera presos políticos ni tampoco es la primera vez que tiene conversaciones con las diferentes iglesias cristianas, incluyendo la católica, y no por ello la Revolución ha sufrido ninguna «severa derrota táctica». Recordemos tan sólo el viaje del Papa Juan Pablo II a Cuba en 1998, que para muchos significaba el inicio del fin de la Revolución, de forma similar a Polonia.
Como señala acertadamente Enrique Ubieta sobre la liberación de los presos contrarrevolucionarios, han habido numerosos antecedentes históricos como «el canje de mercenarios capturados durante la invasión de Playa Girón; el diálogo con la emigración cubana en 1978 y la liberación posterior de cientos de batistianos y de contrarrevolucionarios, muchos de ellos capturados en actividades terroristas; los acuerdos migratorios con gobiernos norteamericanos de uno u otro partido (tanto los de Reagan o W. Bush, como los de Clinton u Obama); el proceso de contactos permanentes e intercambio de criterios con las diferentes denominaciones religiosas, incluida la católica, entre otros» (5). Añadamos a esta lista la liberación de 26 presos políticos en 1984 por las gestiones del reverendo Jesse Jackson, la de numerosos presos que viajaron a España tras la visita a Cuba de Manuel Fraga, presidente de la Xunta de Galicia, la de tres presos en 1996 por las gestiones de Bill Richardson, y las de 80 presos a raíz de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba. ¿Todas estas acciones fueron «severas derrotas de la Revolución cubana», Sr. Dieterich?
Por ello vuelve a tener razón Enrique Ubieta cuando responde implícitamente y explícitamente a todos los que “denuncian” que Cuba ha sufrido una severa derrota: «aunque estas conversaciones transcurrieron por iniciativa de las partes, y encauzaron una decisión que el acoso internacional había pospuesto, los medios trasnacionales y sus lacayos internos, inicialmente desconcertados, intentan ahora capitalizar los resultados».
Las profecías de Dieterich: abandono del compromiso político y erosión de la solidaridad internacional
No obstante el fracaso estrepitoso de sus predicciones respecto a Venezuela, Bolivia y Cuba, y sin un átomo de autocrítica por su parte, Dieterich, en un artículo anterior ya manifestaba su pesimismo sobre el devenir de la Revolución a partir de las graves crisis estructurales que según él estaban amenazando a la Revolución, adoptando alegremente algunas premisas que presentan los medios de comunicación imperialistas sobre Cuba:
«Las cuatro crisis parciales son: a) la grave crisis económica, causada, por un lado, por factores externos y, por otro, por serios errores endógenos, como en la agricultura y la política de precios; b) la severa crisis de sucesión de la dirección histórica que no ha logrado renovarse; c) la bifurcación del Partido en dos centros de poder de decisión y visiones de desarrollo (Fidel y Raúl) y, d) la extrema lentitud de reformas y la invisibilidad -discursiva y estratégica- de un Nuevo Proyecto Histórico.» (6)
Evidentemente, sólo Dieterich posee las recetas salvadoras para impedir la catástrofe.
Como podemos ver, la equidistancia de Dieterich no sólo le conduce a distorsionar y amplificar los problemas de la Revolución cubana, sino también a adoptar las tesis del imperialismo de un supuesto “divorcio” del poder entre Fidel y Raúl, tesis que tienen como objetivo presentar ante los amigos de Cuba a una dirección revolucionaria dividida y/o enfrentada que sería incapaz de superar los graves problemas y sacar adelante el país. Por lo tanto, si según la lógica de Dieterich -no demostrada con ningún argumento-, los máximos dirigentes cubanos son unos “incapaces” que están “divididos” sobre sus concepciones, ¿qué importaría el futuro de la Revolución cubana si está destinada a derrumbarse inexorablemente? ¿Qué sentido tendría continuar con el apoyo solidario e internacionalista? Dieterich con su lógica de la equidistancia parece proponer que abandonemos estos “esfuerzos inútiles” y nos dediquemos a empresas mejores...
Dieterich ha decidido abandonar su anterior apoyo incondicional a la Revolución cubana, tan necesaria actualmente. Porque, independientemente de que a uno le guste más o menos las ideas de Dieterich sobre el socialismo, hay que reconocer que tuvo momentos de compromiso valientes: por ejemplo, no dudó en apoyar públicamente una dura medida de la Revolución cubana, muy impopular en el extranjero, como el fusilamiento de varios secuestradores cubanos el año 2003. Esta medida, que cortó de raíz las intentonas desestabilizadoras de Estados Unidos, fue duramente criticada entre otros por dos intelectuales considerados “vacas sagradas” de la izquierda: José Saramago y Eduardo Galeano. En aquellos momentos, Dieterich tuvo una postura valiente y criticó merecidamente a ambos intelectuales por su cómoda posición equidistante con la Revolución cubana:
«La posición del novelista lusitano es un reducto intelectual de lujo, casi escolástico, podría decirse, pero consistente. La del escritor uruguayo es un falso compromiso entre el diagnóstico de la realidad, y la terapia: es inconsistente. Donde tiene que dar respuestas concretas para el problema cubano, se refugia en desiderata generales, es decir, combina afirmaciones críticas con aspiraciones utópicas, que están fuera de la realidad del problema» (7).
La equidistancia como argumento de extrañas amistades
Lamentablemente, Dieterich ha ido abandonando su compromiso político a la misma velocidad con que sus ideas y pronósticos no eran aceptados por aquellos gobiernos a quienes había apoyado públicamente y, lo que es peor, le ha llevado a apoyar a elementos contrarrevolucionarios. Por ejemplo, su equidistancia con la Revolución bolivariana y el comandante Hugo Chávez, convirtió a Dieterich en abogado defensor de Raúl Baduel, general retirado y ex-ministro de defensa del gobierno de Chávez, al que abandonó entre otras cuestiones por oponerse a la profundización de la Revolución bolivariana y a la reforma constitucional. Actualmente se encuentra encarcelado por un caso de corrupción, aunque algunos medios cercanos a Chávez hablaban de que Baduel lideraba un movimiento de oposición dentro de las fuerzas armadas con intenciones golpistas (8). El exgeneral, sorpresiva y públicamente, se desmarcó de la Revolución bolivariana y organizó una campaña para pedir el voto contrario a la reforma constitucional, reforma que calificó como «golpe de Estado». Baduel, con un lenguaje propio de la oligarquía pro-imperialista, acusaba a Chávez públicamente de «despojar a los ciudadanos de sus derechos (...) Este proyecto de una nueva Constitución promueve la polarización y contribuye al enfrentamiento entre los venezolanos, siendo absurdo tratar de fabricarla en torno a una ideología». También criticaba los ataques a la propiedad privada por parte de Chávez (9).
El hecho de que Baduel hiciera un llamamiento público a utilizar la violencia para frenar la reforma constitucional («si no es así, una amplia mayoría no la aceptará y tratará siempre de cambiarla, aunque deba acudir a las vías violentas para hacerlo»), no hizo cambiar de postura lo más mínimo a Dieterich, que siguió tratando de reconciliar Baduel con Chávez, comparando estrafalariamente el retiro del golpista con una jugada digna de un gran estratega, nada menos que con el retiro de un destacado militar romano 2.500 años antes (10). A pesar de que Baduel exigía desafiante «que se nos diga claramente el destino de nuestro futuro y que no se nos mienta con un supuesto socialismo a la venezolana» (11), Dieterich, que había criticado con toda justicia pocos años antes a Saramago por haberse quedado «en el reino de la axiología abstracta, fiel a sus verdades absolutas, no carcomidas por las incertidumbres», adoptó la misma postura contra Chávez con el argumento de una pretendida “libertad intelectual” sobre el bien y el mal que sólo sirve para eludir un compromiso político coherente y solidario que debiera caracterizar a los auténticos intelectuales comprometidos con los pueblos:
«Prefiero esta libertad y este costo, a convertirme en un intelectual orgánico de los Estados —sean burgueses o “socialistas”— que hablar cuando los Estados lo quieren y en los términos que lo quieren.» (12)
Desgraciadamente, Dieterich, en lugar de realizar una valiente autocrítica y una rectificación necesaria por sus evidentes errores y por haber escogido amistades políticas tan nefastas, prefiere esgrimir el argumento fácil de la “libertad intelectual” sin compromiso, sobre el bien y el mal, y perseverar en su cómoda y liberal equidistancia. ¡Qué lejos quedan aquellos momentos de apoyo incondicional de Dieterich a los procesos revolucionarios! ¿O es que sólo fue “incondicional” hasta que rechazaron sus recetas?
Los intelectuales y los pueblos: la equidistancia imposible
La equidistancia imposible de Dieterich -arropada con una gran dosis de catastrofismo y sus consabidas recetas salvadoras- chocan con la realidad más evidente: las duras dificultades que la Revolución y el pueblo cubano han superado en cada etapa se debe a que el régimen sociopolítico cubano es un régimen verdaderamente popular, arraigado en el pueblo. Hace falta mucho más que la distorsión de unos hechos concretos para que se cumplan los “geniales” análisis realizados sobre el bien y el mal, subestimando la capacidad del pueblo cubano y de sus dirigentes para superar las situaciones más adversas.
El papel de los intelectuales no es el de sustituir a los pueblos y a los dirigentes surgidos de sus entrañas en las duras luchas de clases y contra el imperialismo. El papel de los intelectuales no es el de aprovecharse de esas luchas ni de la popularidad de los dirigentes para fabricarse ellos mismos una popularidad personal: un verdadero intelectual, comprometido, debe estar a las duras y a las maduras: principalmente en los momentos difíciles, de retroceso o de derrota, y sabiendo hacer las críticas en el momento y lugar correspondiente, fuera de toda injerencia y respetando la voluntad de los pueblos. Cuba constituye un ejemplo vivo de un modelo alternativo de sociedad, muy incómodo para una buena parte de la izquierda internacional, carcomida por la gran abundancia de estereotipos anticomunistas que la ideología occidental ha ido construyendo sobre el “estalinismo” y el fantasma de la “burocracia” (léase: dirigentes fieles a la revolución), bien apoyada en una campaña de guerra psicológica que ha grabado en muchos intelectuales desertores la sentencia del “Fin de la historia”. Cuba desafía esa sentencia postmoderna, luchando no sólo contra el imperialismo norteamericano, sino contra todos los prejuicios anticomunistas impregnados en muchos que dicen defender a la Revolución pero siguen el mismo comportamiento de aquellos misioneros que pretendían dar lecciones a los colonizados y enseñarles a comportarse correctamente.
Las luchas de los pueblos y las revoluciones necesitan intelectuales que les apoyen en todo momento, no sólo en momentos de gloria y de avance, sino también de retrocesos, de derrotas e incluso de destrucciones, como fue la Comuna de París, por ejemplo. En momentos de luchas sociales agudas, la equidistancia no sólo se torna imposible, sino que en realidad significa dar un apoyo al enemigo, al agresor, al imperialismo. Hay momentos en la historia que definen de qué lado se coloca cada uno. Como expresó con toda razón Heinz Dieterich, cuando todavía apoyaba incondicionalmente a la Revolución cubana:
«Franco y Mussolini, forman parte de la comparsería internacional del nuevo proyecto fascista que amenaza al mundo. Junto con uno que otro intelectual de baja constitución ética, frente a esa amenaza, la humanidad tiene que resistir como resistió en los años treinta. ¡Viva Cuba! ¡Viva Fidel!» (13)
Tenía razón Dieterich, aunque ahora desgraciadamente ya no opine lo mismo: la revolución jacobina de Francia, la Comuna de París, la Revolución rusa, el apoyo incondicional a la lucha de la República española contra el fascismo, el apoyo incondicional a la URSS en los años treinta ante el cerco militar de Alemania-Italia-Japón, el apoyo a la lucha del pueblo vietnamita, la defensa de Yugoslavia frente al genocidio de la OTAN y la de Irak ante la agresión militar occidental, y la más que probable contra Irán, son momentos donde los matices desaparecen y definen de qué lado está cada uno: de los pueblos agredidos y de la soberanía nacional, o del imperialismo agresor y neocolonial.
Ahora, cuando la presión externa contra una Revolución cubana asfixiada por un bloqueo que ha causado pérdidas de miles de millones de dólares a la economía, por los ciclones que destruyeron el año 2008 el 20% de la riqueza nacional, por los efectos de la crisis internacional y las presiones incrementadas del imperialismo con toda su parafernalia de prejuicios anticomunistas, se pone a prueba de qué lado está cada uno. Las posturas catastrofistas, acompañadas de las inevitables recetas salvadoras elaboradas por geniales intelectuales del exterior, que parten de la desconfianza del pueblo cubano y de sus dirigentes revolucionarios y de un complejo de superioridad preocupante, conducen a erosionar el apoyo internacional a la Revolución cubana y a su lucha antiimperialista, al presentar a ésta como un cuerpo canceroso cuyo fin es irreversible. Conducen, en último término, a fortalecer al imperialismo y toda su secuela de crímenes y genocidios. Así de claro.
¿De qué lado se pondrá definitivamente usted, Sr. Dieterich, de Cuba y Venezuela o del imperialismo genocida?
Notas:(1) http://www.kaosenlared.net/
(2) http://www.lademocracia.es/
(3) http://www.kaosenlared.net/
(4) http://www.kaosenlared.net/
(5) http://rebelion.org/noticia.
(6) http://www.kaosenlared.net/
(7) http://www.bnjm.cu/sitios/
(8) http://www.aporrea.org/
(9) http://www.eluniversal.com/
(10) http://www.lademocracia.es/La-
(11) http://www.eluniversal.com/
(12) http://www.lademocracia.es/
(13) http://bibliotecavirtual.