Por José Saramago
LISBOA - Hace años, bastantes ya, en un viaje que de Canadá nos llevó a Cuba, hicimos parada en Costa Rica y El Salvador. De esta última visita quiero hablar hoy. Como siempre sucede cuando voy viajando por ahí, dí algunas entrevistas, la más importante de ellas a Mauricio Funes, ahora presidente electo de El Salvador. No lo conocía de antes.
Tuve la grata sorpresa de encontrar, no a un periodista más o menos al servicio del poder, encargado de convencer al recién llegado escritor de las virtudes de un régimen basado en la más feroz represión, responsable directo, desde el gobierno a las fuerzas militares, de los abusos, arbitrariedades y crímenes cometidos por el Estado y por las poderosas familias de terratenientes, señores absolutos de la economía del país, sino a un interlocutor culto e informado de todo cuanto atañía, no sólo al largo martirio sufrido por el pueblo, sino también sobre la problemática posibilidad de un cambio que todavía no parecía vislumbrarse en el horizonte social y político en la sociedad salvadoreña.
No volvimos a vernos, aunque Pilar ha mantenido, desde entonces, y en momentos personales y políticos muy duros para ellos, una correspondencia frecuente con Vanda Pignato, la esposa de Mauricio, que, a partir de ahora, seguramente se intensificará.
No los desilusione, señor presidente, la historia política de América del Sur transpira decepciones y frustraciones, de pueblos enteros cansados de mentiras y engaños, es hora, es urgente cambiar todo esto. Para Daniel Ortega, ya basta con uno.
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