Por: César Villalona
Los sucesos de Honduras repiten los de Venezuela del año 2002, con algunas diferencias. Parece que lo de Honduras es aún más burdo.
La falsa carta de renuncia de Zelaya, del viernes 25, lejos de ayudar a los golpistas los pone de ridículo, pues si el Presidente renunció, para qué derrocarlo. Y la supuesta decisión de la Corte Suprema de ordenar el apresamiento de Zelaya es increíble, pues la Corte solo puede decidir si una decisión se ajusta a las normas del derecho. El enredo legal no puede ser mayor.
En realidad, de lo que se trata es de un golpe del gobierno de Estados Unidos, aunque los ejecutores directos hayan sido el ejército, sectores de la burguesía, sectores de la iglesia y la derecha partidaria hondureña. Se sabe que ningún militar, empresario o político latinoamericano derroca a un gobierno si no cuenta con el apoyo previo de Estados Unidos.
El gobierno norteamericano, que desde hace días desestabiliza en Guatemala e Irán, ahora arremete en Honduras, país al que escogió como prueba piloto para llevar a cabo un golpe. Si le sale bien, promoverá acciones similares en otros países, sin aparecer públicamente detrás de ellas.
Además, un golpe exitoso en Honduras es un mensaje tenebroso para los gobiernos de El Salvador y Guatemala, donde los ejércitos son de derecha.
El régimen de facto hondureño tiene dos bases de apoyo: la violencia interna y el respaldo del gobierno de Estados Unidos, que solo en apariencia lo rechaza. Pero el aislamiento externo y la resistencia social lo socavarán, sobre todo porque la situación de las mayorías empeorará.
Los golpistas caerán. Su duración en el poder dependerá, principalmente, de cómo evolucione la lucha social y del nivel de cohesión de los militares. Si se desmoronan pronto, como debe suceder, Zelaya regresará con más fuerza. Y si no sucumben de inmediato, se fortalecerá una opción revolucionaria que terminará imponiéndose. Parece que Zelaya les montó una trampa a sus enemigos.
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